lunes, 19 de noviembre de 2012

Rutina.

Suena el despertador. Levántate tú. Ya no estoy yo para despertarte con mi voz en formato susurro, o mis labios para dar forma a los besos de desayuno.
Apagálo y vuélve a dormir si quieres. Ya no oirás esa voz que te pedía que salieras del nórdico para enfrentarte al mundo. O que me metieras debajo de él. Contigo.

Abre los ojos, y mira tu móvil. Ese no es mi número, ni mi estilo de darte los Buenos Días. Pero al menos, alguien ha pensado en ti esta mañana. Agradécelo.
Vístete.  Coges esa camiseta, la que te ponias porque a mi me encantaba cómo te sentaba. La metes en el armario, detrás. Y te pones la que aún lleva la etiqueta puesta, la que huele a algodón sin dueño. 
Lávate la cara, y mírate. Solo tres segundos más de lo que lo haces diariamente. Y sonríete, anda. Cómo vas a empezar a quererte mirándote con esa cara tan seria. Además, la sonrisa te sienta bien, con cualquier cosa que te pongas.

Pero sobretodo, no mires a la derecha. Ahí fue donde descubrimos que la piel puede ser infinita si no sabes donde empieza tu cuerpo y acaba el mío. 

Sí, se que hace frío, pero en un rato se te pasa, cuando apagues los recuerdos y enciendas la estufa. 
Igual notas que el silencio grita más de lo normal, pero al final, acabarás sorda por no escuchar nada de lo que te decía. Y el día que quieras escuchar, yo ya seré muda. 

Si notas que el café está frío, será por la taza, que se cansó de tanto esperarte. El microondas está roto, asique mejor tómate un zumo de esas medias naranjas que fuimos, igual aun queda jugo. 

No te olvides de las llaves, todas esas que tienes y que no sabes para qué funcionan, pero hay una que te abre, estoy segura. Solo tienes que dejar de intentarlo siempre con la misma.
Y abrígate, el invierno no perdona, y los abrazos vacios no dan calor. 

Pero te deseo un buen día, aunque yo jamás lo sepa y tu nunca me lo cuentes.




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