miércoles, 19 de enero de 2011

Her.

En esta vida nada es objetivo, no existen las realidades absolutas, y solo existe nuestra percepción sobre lo que sentimos o vemos. Muchas veces, a pesar de que miras, no ves.

Ella era un alma sin rumbo, pero orgullosa de no tener un cauce por el que perderse y con riesgo de ahogarse. No conocía el amor, pero sabía perfectamente lo que era querer y perderse entre otro cuerpo. Era como pisar el cielo y no entregar tu alma. De todas formas, la vida aun no le había dado otra piel con la que fundirse totalmente; su cielo estaba por llegar, y su alma por descubrir.

Su respiración se paralizó nada más olerla. Sus ojos dejaron de pestañear al levantar la vista y verla. Sus piernas dejaron de funcionar al cruzarse ella en su camino. Su corazón comenzó a latir como laten los corazones cuando se despiertan de ese sueño profundo, ese coma de no saber amar. Ella no creía en los flechazos, pero dejó de pensar en lo que creía y en lo que no. Cualquiera que ve por primera vez a un ángel comprende que el cielo existe.

Ella lo tenía todo. Y cuando digo todo, es que la tenía a ella. Puede que fuera joven, incluso dicen que con 18 años no se podía estar enamorada.Tienen razón; con 18 años es mucho más fuerte que amar. Y, con 18 años, la vida la sorprendió, como sorprende ver florecer amapolas en invierno. Era amor, estaba segura.

Ella  y ella. Las cuestiones sobraban. Era como volver a nacer. Todo era nuevo, como esa sensación de querer meter el mundo en una cajita y entregrárselo. Tampoco conocía ese tipo de caricias que te tocan el alma, ni los besos que traspasan la piel. Olvidarte de que te observan y agarrar su mano, sentirte orgullosa de amar a otra mujer. Pero lo que más le gustaba era esa forma de mirarla. Era como si todo lo que necesitara para sobrevivir estuviera en ella. Eso asusta, y mucho. Era como si apostaras toda tu vida a un solo número. Si ganabas, lo tenías todo.
¿Y si pierdes?¿Que harás?

Así fue. Jugó todo a una tirada de dado y salió cero. Todas las apuestas apuntaban a que así sería, y, a pesar de que ella también lo sabía, jamás dejó de creer que podía ser posible. Si no creía en eso, no le quedaba nada. No se preguntó ¿y ahora qué? porque para ella, el tiempo dejó de existir. Ya no había nada. Nada excepto la ausencia y el dolor insoportable que se mete en el cuerpo y te suprime toda señal de existencia. Solo un cuerpo, lo demás se lo llevó ella.
Era como dejar de ser para solo existir.

Es la primera vez que sale de su cama tras varios días donde su mundo se reducía a las paredes de su cuarto. Evitó tres cosas:  mirarse en espejos para no comprobar la realidad. Tratar de hablar más de dos monosílabos seguidos, las palabras acabarían ahogadas en lágrimas de nuevo.  Poner la radio, televisión o cualquier aparato que le recordara que la vida sí seguía para los demás.

Me ha parecido ver que sonreía. Sí, seguro que era una sonrisa. A pesar de que el dolor no da tregua, el tiempo pasa, incluso para ella. Los días van descamando esa herida para hacerla fuerte; a veces sangra, sobretodo por las noches, pero hace dos segundos la he visto reir; no es muy común, pero hace unos meses era prácticamente imposible observar algún síntoma de alegría en su rostro.

Hoy, ella es un alma sin rumbo, pero orgullosa de no tener un cauce por el que perderse y con riesgo de ahogarse. Ya había pasado por eso. Había conocido el dolor, pero también el amor. Amor y dolor van unidos de la mano, cuando uno te falta, el otro se convierte en tu aliado más fiel, a pesar de que no lo quieras contigo. Si dijera que estaba curada del todo, mentiría.
La vida ya le había dado otra piel con la que fundirse totalmente; su cielo había desaparecido, o tal vez, se había caido de el, volvía a la tierra. Intentó subir de nuevo allí: se había dejado el alma. Sin embargo, comprendió que el alma vuelve a tí cuando estás preparado para darla de nuevo. Pero ahora hablaba de otro tipo de amor: amor a amar la vida y el mundo, a exprimir el tiempo hasta que se paré el reloj, a apreciar las pequeñas cosas que hacen de la vida algo grande. Pero sobretodo.. a amar a todas las personas que han reconstruido su alma. Sabía que tenía las alas rotas, pero ellos fueron los que le dieron las fuerzas para echar a correr.

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