viernes, 7 de enero de 2011

Miedo.

Sin él no somos nadie, porque si el miedo no existiera, el mundo sería un completo kaos, donde nada tendría la esencia que se necesita y la palabra arriesgarse solo sería una utopía.

Hoy no siento ese tipo de miedo que se experimenta cuando crees perder a alguien, algo e incluso un instante. Hablo del tipo de miedo poco común que le es diagnosticado a tipos de personas como yo: Corazones que han amado tanto hasta desangrarse. Una vez que pasas por la frontera del sinsentido, tu percepción sobre el mundo es infinitamente diferente. Incluso cambia la forma de temer.
 
Miedo. A que las mariposas de mi estómago se hallan congelado y nunca más vuelva a besar desde el interior hasta mi boca. A que otra piel roce mi espalda y no note como mi bello se eriza. A que acaricien mi cuello y no sentir cosquilleos en la nunca. A mirarme en otros ojos y solo ver esa veta verde que desprendían los tuyos.

Pero sobretodo, miedo a perder para siempre ese deseo de dar el alma.


Le doy al mundo 359 días para que me muestre que de un año a otro las cosas cambian. A mejor, si no es mucho pedir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario